Entrega.

Sus bocas se entremezclaban en un vaivén constante en el cuarto de invitado, el cual de a poco se transformaba en la suite más lujosa que podría imaginarse. Ella apoyada contra la pared atrapada, inmovilizada por esos brazos que la rodeaban en un abrazo cálido pero no menos fuerte; a veces las blancas manos de él revoloteaban por la estrecha cintura de ella mientras sentía enredarse entre sus cabellos unos alargados dedos morenos. Lo que menos les importaba era la luz prendida del diminuto baño que estaba a sus espaldas dentro del pequeño cuarto, solo les bastaba con saber que ambas bocas habían perdido sus antiguos dueños y se entregaban sin trámite alguno al otro.
 Sin duda era el comienzo de la entrega. 
Ella intentaba rozarle la cara con los dedos sin dejar ese cabello, lo alejó un poco de  si para poder tomar aliento, se apoyó en su nariz, y lo miraba, se hundía en el miel oscuro de sus ojos, se perdía mientras que tomaba su cara con ambas manos escondiendo con estas el rubor casual de sus mejillas. La respiración agitada era la música de la velada, no hacía falta nada, ella nerviosa tragaba un poco para refrescar su garganta preparando lo que diría, se alejaría?, sería precipitado? no lo cree, con un par de copas en el cuerpo tenía la valentía suficiente para decirlo. 
Mientras él, también perdido en el mar del trago, estaba ahogado en celos, ciego en una rabia inminente, que le quemaba en la garganta y hacía a sus ojos enrojecer, pero de pronto, dentro de su mar aparece un salvavidas, una mano que lo sacó de las aguas, que quebró el silencio e hizo callar la melodía de respiración. 
- Te quiero - Había dicho ella.
Silencio, solo miradas, miradas que chorreaban palabras las cuales no valía la pena decir solo sentir. Con sus blancos dedos rozaba la pequeña y afilada cara de la morena que tenía en frente, ya no estaba en el mar ahogándose, estaba dentro de un abismo oscuro, un marrón envolvía cada parte de su cuerpo otorgándole calidez, ternura, y a su vez abriéndole el paso para la sinceridad. Dejó de mirarla a los ojos, tan penetrantes que inquietaban, bajó la mirada, pensando que si sería oportuno o no decir algo de vuelta, inseguro, temeroso de la reacción, ¿pero si ella pudo ser sincera por qué él no?
-Yo te quiero a ti- musitó él, mientras juntaba su nariz con la de ella.
Dudo que exista sonrisa más pura que la brindada por la morena en ese instante, no podía ni siquiera respirar, suspiró al rato, pestañeaba con las cortinas que tiene por pestañas más rápido que la normalidad. Todo lo que había esperado, se estaba cumpliendo. Radiante, sí, se había vuelto radiante, se regocijó en el cuello macizo del que la llevaba hacia su pecho. Desde aquella perspectiva, su perfil, oh su perfil, delineado y dibujable, recorría con su dedo delgado la frente  la nariz, bajaba por el labio superior y bajaba por sus comisuras, rozaba el labio inferior llegando a su mentón, bajaba un poco y ahí estaba abrazándolo por el cuello. 
Las luces se apagaron a los minutos después, solo sombras  y caricias, besos y miradas, susurros, pequeñas sonrisas y el chirriar de la cama. Mientras se recitaban verdades, se abría el paso para la honestidad, se empezaba a tejer una historia basada en la confianza. Ambos a pecho descubriendo,  mientras se conocían realmente, sin escondidas ni nada por el estilo. Los dedos blancos recorrían hombro, brazo, seno, codo, mano, cadera, muslo y viceversa. Ella hacía el mismo recorrido  pero se detenía un instante en los pectorales de él. Se miraban una y otra vez, ya no era necesario hablar, pero ella necesitaba decirle...
-Tienes ojitos tristes-.

No hay comentarios:

Publicar un comentario